El nombre de este movimiento tiene su origen en el término francés “béton brut”, que en español significa ‘hormigón crudo’, término usado por Le Corbusier para describir sus materiales predilectos para la construcción. Más adelante el crítico de arquitectura británico Reyner Banham adaptó el término a su idioma y lo renombró como brutalism (brutalismo en español), término que identificaba el estilo emergente debido a la falta prácticamente total de decoración que lo caracteriza, así como al gran tamaño de sus edificios y a la total exposición del hormigón en sus fachadas.
Su principal innovación frente a otros estilos arquitectónicos consiste en mostrar los servicios al exterior. Todo elemento auxiliar que normalmente permanecía oculto, es puesto de manifiesto en la fachada, como pueden ser las tuberías de agua, los conductos de ventilación o el cableado del edificio, es decir, el brutalismo persigue el funcionalismo y la eliminación de convencionalismos.
A día de hoy muchos son los edificios de corriente brutalista que podemos encontrar alzados en las grandes ciudades del mundo; teatros, bibliotecas, universidades o incluso complejos urbanísticos caracterizados por el singular tono grisáceo aportado por este material de singular resistencia, el hormigón.